La Paz, en Bolivia, la ciudad que se agita en lo más alto

Por Cristina Aizpeolea, especial para Estación Trip.-

Hay muchas razones para enamorarse de la ciudad de La Paz, una de las capitales de Bolivia, junto con Sucre. Una es su imponente geografía.  Ubicada a 3.600 metros de altura,  desparramada entre los cerros como un manto de ladrillos que todo lo cubre, la ciudad con mayor importancia política de Bolivia se manifiesta como una mujer que se sabe irresistible y se muestra con determinación. Apenas el visitante ponga un pie en esta megaurbe latinoamericana experimentará amor a primera vista.

Estación Trip lo comprobó invitados a participar de la primera acción internacional de la flamante Marca País Bolivia, destinada a difundir la riquísima oferta del país. El viaje de promoción fue promovido por la aerolínea privada Amaszonas, con el apoyo del Ministerio de Comunicación del gobierno boliviano, y a nivel local en alianza con la alcaldía de La Paz y prestadores privados.

A fines de 2014, tras una votación de la que participaron más de 1.200 candidatas, La Paz fue coronada como una de las nuevas siete ciudades maravillosas del mundo. La designación, que queda  justificada luego de andar un poco por allí, operó como una inyección de energía para salir a ganarse al mundo.

En La Paz residen hoy casi un millón de habitantes que, junto con el populoso municipio de El Alto, conforman un conglomerado de dos millones de habitantes que agita el pulso de sus calles. Y el sol sale para todos.

Volando por La Paz

Meses antes de la declaración de Ciudad Maravilla comenzó a operar el teleférico, y eso marcó un antes y un después.

El sistema de transporte en altura es, además de un servicio público de excelencia para los paceños que alivió un tránsito endiablado, el más formidable paseo que podemos regalarnos los visitantes.

El viaje cuesta 3 bolivianos (apenas $10, unos 40 centavos de dólar) y sirve como un boleto para salir a volar por la ciudad, para sentirse pequeño y gigante a la vez. En todas direcciones -como un trazado de red de subterráneos-  las vistas están garantizadas.

En cada cabina entran hasta 10 personas y circulan con un intervalo de 12 segundos. Actualmente, están en marcha seis de las 11 líneas que prevé el proyecto. El servicio es operado por el Estado y ya superó los 100 millones de boletos.

Encantados en la Calle de las Brujas

En un viaje a La Paz no puede faltar la visita a alguno de los mercados de la ciudad. Si el tiempo es escaso, la mejor opción será rumbear para la calle Sagárnaga, en el centro, muy cerca de la basílica de San Francisco, un monumental exponente del arte barroco andino del siglo XVIII que conviene no dejar pasar. En realidad, la primera iglesia se había levantado allí a mediados del siglo XVI pero colapsó a raíz de una nevada. La que está en pie y domina una plaza siempre animada por  vendedores y artistas callejeros, se terminó de construir en 1744.

Ya en el mercado, si se va en busca de artesanías, lo mejor será manejar los niveles de ansiedad y disponerse a recorrerlo con calma. Es muy posible que las horas se consuman como si fueran minutos caminando por allí, en medio de puestos rebosantes de artículos de todo tipo: mantas, tejidos, collares, los mil y un objetos de la cultura andina, cinturones, chalinas, prendas de lana. Todo asoma a la calle como una tentación. Los precios son irresistibles: un pulóver de alpaca puede ir directo a la valija por 70 pesos bolivianos (10 dólares).

La frutilla del postre en esa zona es la Calle de las Brujas. En rigor, son varias (Melchor Jiménez,  Santa Cruz y Linares), donde los puestos ofrecen pócimas, ungüentos, amuletos, figuras y otras bondades que utilizan los sabios y chamanes de la cultura andina (amautas y yatiris) para distintas ceremonias.

Atraen la atención los fetos de llama disecados que cuelgan en la entrada de los puestos. «La llama es un animal sagrado, señorita. Y se lo ofrecemos a la Madre Tierra. Hay que enterrarlo para que proteja las casas», dice una mujer cuando nos ve mirando los animalitos. Hay otros fetos de llama bien pequeños en una bandeja. Parecen pajaritos. Esos valen 40 bolivianos, algo más de 5 dólares.

Viaje a la Luna

A 10 kilómetros de la ciudad de La Paz, apenas a unos minutos en auto, se encuentra el Valle de la Luna. Así lo bautizó el astronauta norteamericano Neil Armstrong, de visita por Bolivia. Dicen que cuando lo vio quedó impresionado y aseguró que ese paisaje era lo más parecido a lo que había visto allá arriba en el espacio.

La formación geológica, situada junto al río Choqueyapu, es el resultado de la erosión de lo que hace miles de años fue una montaña gigante de arcilla. La ciudad de La Paz duerme a un costado, es una presencia muda. En el Valle de la Luna imperan el silencio y la quietud.

La entrada tiene un precio de 3 bolivianos (40 centavos de dólar) para los locales y de 15 bolivianos para extranjeros ($45), y el parque se puede recorrer por senderos de circuitos autoguiados.

En agosto, para la celebración de la Pachamama, el lugar se convierte en un masivo centro ceremonial. Además, para promover las visitas, la municipalidad de La Paz invita con conciertos sinfónicos que se adivinan imponentes de solo pensarlos.

Obligados a volver

La historia política contemporánea de Bolivia como estado plurinacional palpita en torno a la bellísima Plaza Murillo, donde además de la iglesia catedral están la sede del Gobierno central y el palacio de la Asamblea Legislativa. Bajo el reloj que tiene los números invertidos y gira en sentido opuesto la aguja de rebeldía, están las tres banderas que son como una declaración de principios: la nacional, la wiphala de los pueblos originarios y la azul, que reivindica la lucha por una salida al mar.

En una primera visita también habrá que hacerse el tiempo para ir al Killi Killi, un mirador que procura una vista de 360 grados que es vigilado con amor por el siempre nevado cerro Illimani, de 6.400 metros de altura, de uno de los protectores de la ciudad.

La gastronomía es un capítulo aparte que incluye desde el popular sándwich de chola (pan redondo relleno con lonjas de carne de chancho, ají colorado y escabeche), hasta exquisitas variantes de trucha y platos de la cocina fusión, pasando por las formidables Salteñas, unas empanadas que hay que aprender a comer sin mancharse la ropa con su jugo.

Está claro que siempre resultará breve la estancia en La Paz. Inexorablemente quedarán lugares para visitar, experiencias para disfrutar. Pero lejos de ser un problema, servirá para ir armando la lista de pendientes del próximo viaje que, ojalá, se concrete pronto.

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