Como Ícaro por el cielo tucumano

Por Patricia Veltri

(Loma Bola, San Javier).-Durante quince minutos uno puede emular y sentirse pájaro, sobrevolar una selva de montaña y aterrizar sentado sobre la hierba con la felicidad dibujada en la cara. Ser un Ícaro con alas de colores flúo.

Loma Bola es el escenario. En rigor, es la pista de parapente de la provincia de Tucumán, en la que se ofrece la experiencia de un vuelo de bautismo, sin siquiera tener el mínimo conocimiento previo, sin tope de edad y cualquiera sea la condición física. Para ello, están los pilotos habilitados y experimentados que maniobran parapentes biplaza aferrados con ganchos a novatos en busca de emociones fuertes.

El cerro San Javier reúne las condiciones a 1.200 metros de altura para que ésta sea la pista de despegue más importante de la Argentina y sede del Campeonato Mundial de Parapente.

Se llega desde la capital Cuna de la Independencia, San Miguel de Tucumán, recorriendo 25 kilómetros por la Ruta Provincial 338, pasando por la reserva natural San Pablo y una bucólica capilla de piedra de la veraniega Villa Nougués hasta que un arco de ingreso da la bienvenida a Loma Bola.

Sergio Bujazha es el team manager y uno de los fundadores hace 20 años de este sitio donde los aficionados y aventureros se lanzan al vacío desde una pendiente para luego ascender en parapente unos 200 metros aprovechando las corrientes cálidas. Con tono didáctico, amigable y divertido transmite seguridad desde los preparativos para el vuelo de bautismo. 

Luego de una pequeña carrera de chequeo del equipo, será el momento de correr en serio hasta el extremo de un precipicio justo cuando el ala se despliega en toda su extensión embolsando el aire que transporta suavemente a elevarse sobre las yungas. 

Parapente es un vocablo de origen francés que deriva de “para” = paracaídas y “pente” = pendiente. La práctica nació en los Alpes de Francia en la década de 1980 y rápidamente ganó adeptos por la facilidad de volar y la practicidad de un equipo que cabe en una mochila y pesa 15 kilos.

En ningún momento de la experiencia se tendrá la sensación de caer al vacío ni de desplazamiento brusco. La velocidad de vuelo es de unos 35 kilómetros por hora y el piloto dirige el circuito; para girar o buscar el rumbo se acompaña con el movimiento del cuerpo hacia izquierda y derecha. 

Desde el aire pueden verse otros parapentes, la espesura de las yungas, pájaros verdaderos volando por debajo de uno, una ciudad a lo lejos y lo único que se oye es el viento. 

La experiencia incluye una cámara de video activada para registrar desde el instante cero antes del despegue hasta el aterrizaje y llevarse el souvenir. O la prueba que certifica que uno fue Ícaro surcando el cielo tucumano.

Datos útiles:

Sergio Bujazha: Cel 381 4908454; Facebook: Loma Bola Parapente.

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