En La Pampa es tiempo de ciervos en brama, el llamado a perpetuar la especie
(Por Patricia Veltri).-
La luna proyecta una luz que permite adivinar más que ver a la distancia. El silencio en medio del bosque pampeano del Parque Luro es quebrado por bramidos que parecen una queja desesperada e ineludible de seres en busca de perpetuar su especie. Se oye un ruido como a ramas que se golpean entre sí: son las cornamentas de dos ciervos colorados en lucha por las mismas hembras. Debajo de los pies de las personas agazapadas para espiarlos, el suelo vibra con la estampida de un harén que responde a los límites que le marca su amo. No les permite alejarse más de allí. El aire huele a algo similar a cabra o chivo, pero más ácido y penetrante: las hormonas en ebullición se cuela por los poros de los ciervos que se mueven como reyes del monte.
Es tiempo de brama. No se ve. Pero se escucha, se huele y se percibe. El calendario biológico decidió que desde comienzos de marzo transcurran los únicos 40 días al año que tendrán de encuentro los machos adultos y las hembras en edad de procrear. A cada macho le corresponden unas 14 ó 15, su harén; cada grupo se mantiene fiel año tras año.
La Reserva Natural Parque Luro es el escenario y se puede ser testigo presencial del despliegue de seducción y encuentros. Para ello habrá que seguir a pie a un guía especializado por un circuito que recorre los senderos marcados a fuerza de huellas entre los pastizales amarillos de las 7.600 hectáreas que abarca el bosque de caldenes –el árbol autóctono de La Pampa- del parque provincial, ubicado a 35 kilómetros de Santa Rosa.
Después de algo más de una hora, en silencio y paso sigiloso, se llega hasta avistaderos ubicados de manera estratégica y disimulada. Parecen refugios construídos con troncos y techo de paja a 45° y hacia un solo lado. Dentro, una hilera de bancos dan a la altura justa para espiar sentados a través de una abertura. La sensación que se experimenta es la de un intruso con permiso para observar la intimidad de un reino ajeno. El permiso lo otorgan los dueños de ese reino. Los sentidos le indican a la hembra la presencia humana. Ella emite un sonido de aviso y el macho dirige su vista hacia los fisgones. Él permite y continúa en sus quehaceres en la medida que se mantenga una prudente distancia y ningún ruido los perturbe. Prohibidísimos los flashes. El recuerdo deberá ser memorable en las retinas.
Si fuera por los visitantes, el tiempo de observación –un juego de adivinar, reconocer siluetas en la penumbra y percibir- podría ser infinito. La reserva se convierte en un escenario mágico en el cual es posible participar del cautivante momento en el que el ciervo rojo despliega toda su bravura para perpetuar la especie.
Historia del Parque Luro
Lo que hoy constituye un parque provincial protegido supo ser el coto de caza más grande del mundo y el primero del país. Sus orígenes se encuentran ligados a la belle èpoque de fines del siglo XIX.
Después de la Conquista del Desierto, Ataliva Roca (hermano de Julio A.) recibió en premio 180.000 hectáreas en la zona del monte de caldenal, que repartió entre sus hijos. Arminda, una de sus hijas, obtuvo 23.700 hectáreas a las que junto con su esposo Pedro Olegario Luro -médico, nacido en Buenos Aires en 1862- denominaron Establecimiento “San Huberto”, en honor al santo protector de los cazadores.
El doctor Luro y su familia vivían los veranos en Mar del Plata y los otoños en la casona de San Huberto que habían mandado a construir. También recibían a los amigos europeos que llegaban dispuestos a cazar.
Luro había convertido al lugar en un coto organizado tras introducir en 1909 varios cazales de ciervos de raza “Elaphus” o “Ciervo Real”, dos jaulas de jabalíes europeos y jaulas de faisanes, principalmente de la raza dorada de la china. Gran parte del éxito del emprendimiento se le debe a Ernesto Mutti, un piamontés que llegó por azar siguiendo el alambrado del ferrocarril con caballo, pilchas y un capital que sería decisivo: era cazador. Se convirtió en guardabosques, se ocupó desde el desmonte hasta armar trampas para los pumas. También se ocupó de los perros, el complemento indipensable del deporte cinegético.
Aunque la familia lo usaba sólo dos meses al año, todo estaba organizado para una estadía placentera y entretenida: canchas de tenis a pocos pasos de la casa, piscina con vestuarios, calles que recorrían el paraje, caballerizas con pura sangre de carrera, una glorieta para practicar tiro al pichón. También se construyó un tambo modelo, réplica de uno parisino, aunque nunca funcionó.
En San Huberto, además, como actividad económica, se explotaba la madera de caldén. Entre otros destinos, esa madera terminó convertida en los adoquines que pavimentaron las calles de Bahía Blanca.
En el comedor de la casona de los Luro nació el movimiento político institucional que convertiría al territorio de La Pampa en la 15ª provincia argentina.
Al desatarse la primera guerra mundial, los amigos europeos dejaron de viajar y la familia abandonó la propiedad. Pedro Luro murió en Mar del Plata en 1927 y 10 años después el Banco Hipotecario Nacional remató San Huberto. Fue adquirido por el noble madrileño Antonio Maura y Gamazo, casado con Sara Escalante, viuda de Jorge Newbery y a la sazón abuela de Huberto Roviralta, quien le debe su nombre, justamente, al coto de caza.
Antonio Maura se afincó allí, hizo ampliar la casa hasta darle su aspecto actual de un castillo de impactante blanco en sus paredes exteriores y techo verde; mandó a construir lo que se conoce con el nombre de “tanque del millón”, con capacidad para 2.000.000 de litros de agua para surtir al casco y al parque de caza. Y, sobre todo, se dedicó a la crianza de ponys de polo.
Intentó convertirlo en un country, a semejanza del Tortugas Country Club que había fundado en 1930 en Buenos Aires, pero no prosperó.
A la muerte de Maura en 1964, su única hija Inés, vendió las tierras al gobierno de La Pampa y en diciembre de 1965 se sancionó la ley que lo convirtió en parque provincial, a pedido de su heredera.
El castillo fue convertido en museo y Monumento Histórico Provincial.
A su alrededor, se desarrolla la vida en su estado natural. Al amanecer, el sol parece levantarse como una bola de fuego que va asomando desde la línea del horizonte. Es el momento en el que entran en actividad las 160 especies de aves registradas, desde pájaros carpinteros de copete colorado hasta jotes, zorros, liebres y ñandúes. Los ciervos y su harén se pasean de día a la vista y en silencio.
Un poeta dijo: “Si esto no es naturaleza, que baje dios y lo vea”.
El ciervo en la reserva
En la Reserva Natural del Parque Luro habita una población de ciervos al resguardo de un bosque de caldenes del que, a su vez, se alimentan.
Fuera de la época de apareamiento, que suele darse entre marzo y abril, las hembras viven con sus crías y es posible verlas en cualquier época del año.
En cambio, los machos adultos viven solos al resguardo de la espesura del monte. Cuando termina el período de celo, se internan entre la vegetación, se les cae la cornamenta que luego comienza a crecer otra vez. Cuando esa cornamenta alcanza su desarrollo y empieza a endurecerse, es cuando se completa el ciclo que coincide con la llamada época de brama. Vuelven al mismo espacio de 3 a 4 hectáreas que ocupó el año anterior y lo remarca refregando sus cuernos por las ramas y pastos (quedan como unas hilachas con su carga hormonal). En ese corral natural se ubicará su mismo harén.
El período de gestación es de 234 días y el promedio de vida es de 20 años.
La hembra adulta pesa entre 60 y 70 kilos, mientras que el macho puede superar los 200 kilos. En el período de apareamiento, él pierde hasta el 30 por ciento de su peso porque no come ni duerme y está en movimiento permanente.
Datos para visitas y excursiones
La Reserva Natural Parque Luro tiene un área receativa con quincho-restaurante, asadores y mesas, camping y cabañas de alquiler.
Hay un centro de interpretación donde el visitante puede observar videos en los cuales se reflejan imágenes de la brama del ciervo colorado.
La brama se extiende de 40 a 60 días, entre marzo y abril. Hay que solicitar turno para visitas guiadas.
Subsecretaría de Turismo: teléfonos 02954-424404 ó 425060
e-mail: infoparqueluro@lapampa.gov.ar