Adiós al conservacionista de los cóndores del cielo cordobés
Falleció Fabián Ramallo, impulsor de la creación del Parque Nacional Quebrada del Condorito.
(Por Patricia Veltri).-De cazador a conservacionista. De domingo para el lunes. Así de drástico y contrapuesto había sido el viraje en la vida de Fabián Ramallo, hace 49 años, cuando decidiría convertirse en protector autodidacta del cóndor andino que habita en las Altas Cumbres de Córdoba.
Este 23 de mayo falleció a los 77 años mientras dormía, con la paz que da alcanzar los sueños en vida: fue el principal impulsor de la creación del Parque Nacional Quebrada del Condorito, donde habita la mayor colonia de América Latina de la especie cóndor andino.
En esa área protegida de la Pampa de Achala, las aves emblemáticas de la Cordillera de los Andes encuentran su santuario para anidar y tener sus crías en el sitio más occidental de Sudamérica.
Ramallo era de risa fácil y franca, y cuando se le preguntaba por el origen de su hobby, recordaba: “Yo era un feroz cazador. Le disparaba a todo lo que se movía y a lo que no, también: pumas, aves, una botella de ginebra o un cartel. Un domingo estaba en el patio de mi casa, en barrio Jardín de la ciudad de Córdoba, quitando las vísceras a una vizcacha. Se asomó mi hijo Gabriel, que tenía 4 años, y vio la leche que salía de las mamas del animal. Me preguntó qué era eso y cuando le expliqué se puso a llorar. Me preguntó cómo iban a hacer sus hijitos para alimentarse. Ahí nomás me fui al lugar adonde la había cazado. Busqué la vizcachera y escarbé hasta que empezó a oscurecer pero no encontré las crías. Agarré unas ramitas, hice una cruz, la clavé en el suelo y dije ‘He enterrado a un cazador’. Al día siguiente fui a una armería y vendí todo lo que tenía: escopeta, carabina, pistola y rifle. Con esa plata compré una cámara de fotos Asahi Pentax y un lente de 800 mm y elegí salvar a los cóndores”.
Con la simpleza de las almas solitarias que escriben un capítulo en la historia, Ramallo se convirtió en referente internacional en la conservación de cóndores: hasta el emperador Akihito comisionó a un embajador de Japón para ponerse a disposición.
El texto de aprobación de la ley que convirtió en 1996, las 36.000 hectáreas de sierras cordobesas en Parque Nacional para la preservación de estas aves, incluye un agradecimiento a Fabián Ramallo.
¿Por qué eligió proteger al cóndor? No tenía respuesta. Sí, en cambio, podía precisar que cuando comenzó a trabajar en defensa de los cóndores, quedaban 9 ejemplares que surcaban los cielos cordobeses, según el censo que había realizado con la ayuda de guardaparques.
Para las estadísticas, ponían en práctica ciclos de observación. Ubicaban carroña en sitios estratégicos y al cabo de tres días de contemplar, fotografiar y registrar en planillas manuscritas, obtenían conclusiones.
El registro 10 años después contabilizaba 300 ejemplares en el área del Parque Nacional.
Plan de acción
Recordaba Ramallo que se había trazado un plan con cuatro líneas de acción: crear conciencia en la gente; difundir; rescatar y reinsertar en su habitat a los que estuvieran en cautiverio. Y que su obra lo trascendiera.
Después de largas horas de observación, con algunas latas de sardina en el bolsillo y la Pentax al hombro, más de autodidacta que leído, logró espacios en radios y diarios locales. Pregonaba la inutilidad de disparar contra un cóndor y enumeraba los beneficios de preservarlos, como por ejemplo, que se alimentaba del ratón que por entonces hacía estragos con el ganado.
Con 26 años y tres hijos, los ingresos como fotógrafo social y empleado en un campo, no le dejaban demasiado margen para alcanzar el propósito que se había trazado. Fue así que aceptó el puesto de director del zoológico cordobés. “Duré cinco años. Era como ser narcotraficante y tener un hijo drogadicto –confiaría ante esta cronista-. Tenía que luchar contra el arrebato de abrir las puertas de las jaulas. Sobre todo me dediqué a ampliar los recintos, pero no modifica si se trata de un metro cuadrado o cien. El hecho de tener encerrado a un animal, lejos de donde debería vivir en libertad, es vil”.
El legado de Ramallo
Fabián Ramallo había nacido en El Maitén, provincia de Chubut. Había aprendido a cazar acompañando a su padre, montado en su caballo estrellero. Contaba que solía ver a los cóndores desde la ventana de la casa donde vivió hasta los 9 años, antes de migrar a Córdoba con sus padres. También les había disparado. Ese recuerdo le ensombrecía la mirada: “No sé si les dí alguna vez. Es muy difícil saberlo porque aún herido, un cóndor puede volar por largo tiempo. Tampoco sé porqué lo hacía. O sí, es la estupidez del hombre”, concluiría.
A los 9 ejemplares que luchaban por la supervivencia en las Altas Cumbres, Ramallo incorporó a otros 18 que rescató del cautiverio en zoológicos y casas particulares. Había conseguido que la dueña de la estancia donde era empleado le permitiera recuperarlos. Entre esos ejemplares estaba Tupac, un cóndor al que se le habían atrofiado las alas por pasar tanto tiempo dentro de una jaula pequeña. Durante 3 años y medio le hizo masajes hasta que comprobó que estaba en condiciones de volar y procurarse solo el alimento. Al devolverlo a la libertad, no le puso anillo ni ninguna identificación. El conservacionista Ramallo consideraba que eso sería incoherente con la filosofía de libertad total, según la entendía.
Los cóndores nacidos en distintos zoológicos del mundo alcanzaron entre 96 y 114 años de vida en cautiverio. Es lo que se toma como referencia de expectativa de vida.
Por eso, es posible que alguno de los que sobrevuelan a quienes visitan de la Pampa de Achala, sea Tupac, ya como dueño y señor de los aires.
Parador y fundación en las Altas Cumbres
A la altura del km 69 del camino de las Altas Cumbres, después de un mangrullo, se levanta un parador. Allí tenía una pieza Ramallo con ventanal al inmenso cielo por donde sobrevolaban cóndores. Fue su búnker y refugio durante muchos años. También, la sede de la Fundación Cóndor que creó.
Cualquier día, se puede pasar por allí, observar las fotos documentadas del trabajo de casi 50 años y comer un locro en una terraza panorámica al cielo de las Altas Cumbres, con sabor al legado de Fabián Ramallo.




