Anisacate, por las huellas del pasado
El valle de Paravachasca, a unos 40 minutos de viajes desde la ciudad de Córdoba, alberga un oasis de sierras, ríos y arroyos, bautizado como Anisacate por sus pobladores originales.
De esos habitantes originarios aborígenes, y luego los colonizadores y jesuitas, quedaron restos arqueológicos que forman parte de senderos para recorrer y aprender en familia.
Así es el caso del sendero Primeros Pobladores. Se trata de un camino que recorre apie la ribera del río Anisacate desde su confluencia con el arroyo Chicamtoltina hasta el Puente 9 de Julio. Permite conocer la historia y costumbres a través de vestigios arqueológicos de los primeros pobladores que llegaron a esta región.
Como parte de la cultura originaria quedaron morteros aborígenes y también ruinas del período colonial correspondiente a la presencia de los jesuitas. Todo ello se va recorriendo, observando y tocando a través del sendero.
El paseo
El recorrido comienza por una senda con exuberante vegetación, mayormente exótica que recorre las márgenes del río por la ribera norte hasta llegar a Los Morteros, lugar donde se podrán observar vestigios arqueológicos pertenecientes a bandas de cazadores recolectores que explotaron los recursos naturales que les ofrecían las llanuras y valles serranos.
Estos grupos de cazadores y recolectores se dedicaban cosechar plantas, hierbas y semillas; cazaban guanacos, ciervos y ñandúes, tanto para alimentarse como para cubrirse con las pieles. Vivían en cuevas o campamentos al aire libre, organizados como un complejo sistema de asentamiento y
desarrollando creativas estrategias y tecnologías para mejorar los resultados de la caza. Las cuevas y refugios rocosos de las sierras sirvieron de lugar de vivienda
para los grupos de cazadores y recolectores. Dentro de estas áreas se realizaban actividades domésticas, como la molienda de semillas recolectadas, la preparación de pigmentos para las pinturas, las tareas de fabricación y mantenimiento de las armas de caza, el procesamiento y la cocción de los alimentos, y el trabajo del cuero para la confección de prendas. También era el lugar de entierro de sus muertos.
Desde Los Morteros se puede continuar por la senda que recorre la ribera norte del río hasta llegar al Puente 9 de julio o bien desviarse y cruzar el río para continuar la caminata por la ribera sur hasta llegar también al Puente 9 de julio. Esta opción implica cruzar el río por un sector de aguas bajas con lecho de arena de unos 30 metros de longitud. Desde luego que esta alternativa es desaconsejada cuando el río está crecido o con aguas turbulentas.
La ribera sur del río Anisacate permite visitar ruinas arqueológicas del período colonial, algunas de origen jesuita. Según la historia documentada, en el año 1574 las tierras de Anisacate habitadas por los pueblos originarios, fueron dadas en merced al capitan Tristán de Tejeda, compañero de conquista de Jerónimo Luis de Cabrera, quien creó una estancia con los aborígenes reducidos a su encomienda.
La estancia sería heredada por su hijo, Juan de Tejeda Mirabal quien fundaría el monasterio de Santa Teresa de Jesús de Carmelitas descalzas en el año 1628 y legaría la estancia para sostenimiento de la orden. La hacienda tenía una acequia para riego y un molino, ambas obras de poca envergadura, aunque la producción principal era la pecuaria (sobre todo, ganado mular). El casco de la estancia estaba situado en la margen sur del río Anisacate, a la altura del cruce actual de la ruta 5.
En el año 1685, el monasterio de las Teresas a la Compañía de Jesús, solicitó a los jesuitas afincados en la estancia de Alta Gracia, la construcción de una nueva acequia y molino para beneficio de la estancia de Anisacate. A cambio de la obra, los jesuitas recibieron la franja de tierra de la estancia
Anisacate que se extendía a lo largo de la ribera norte del río homónimo. Actualmente se pueden ver las ruinas del molino
Harinero y parte de la acequia con su boca-toma.